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LA MIGUELITA

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Vivíamos en La Esperanza, una villa miseria al otro lado de las vías e íbamos a la Escuela Sarmiento, la escuela de los "negros", como la llamaban despectivamente en la ciudad. Una escuelita que, a duras penas, se mantenía en pie al final del caserío y era el blanco de nuestro odio, nuestra pobreza y la cotidiana violencia de la villa.  Robábamos las canillas, rompíamos los inodoros y los vidrios de las aulas, los que no se reponían hasta el año siguiente, por lo que, en el invierno, corría un chijete mortal que se filtraba por las ventanas. Para beneficio de la escuela, cuando estábamos en cuarto grado, todo ese odio se canalizó hacia una persona.  Se incorporó a nuestro grado, un pibe nuevo, llamado Miguel, rubio, de ojos celestes, que vivía en una casa muy elegante, de dos pisos, en el otro lado de la vía.  Para colmo de males, el movimiento de sus manos, la entonación de su voz, sus caídas de ojos y su modo de sentarse eran más femeninos que el de todas las mujere...

LA PELOTA

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  Siguiendo con la fiebre futbolera que me inocula el Mundial, traigo esta historia de una pelota de fútbol, de un sueño hecho realidad, que me toca muy de cerca. Espero que lo disfruten.  I Lo único que alteraba el paisaje bucólico de las siestas domingueras en Alicia, allí donde Córdoba limita con Santa Fe, era el griterío de los pibes jugando a la pelota en los terrenos del ferrocarril.  Las vías dividían al pueblo en dos y, también, a su gente, que competía a la sombra de una velada rivalidad, de las que todos ignoraban su origen, pero que producía su catarsis en esos partidos apoteóticos de los domingos a la tarde. Las semanas transcurrían en el trabajo duro del campo: el arado de la tierra, el riego, la cosecha, el pastoreo o la yerra, que consumían miles de manos de hombres, y de niños, pues la escuela solo llegaba hasta cuarto grado y pronto se sumaban a esa legión que luchaba contra las inclemencias, las sequías, las pestes y los granizos para obtener, a duras pe...

EL MANTRAM

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La fiebre del Mundial de Qatar 2022 me ha impedido publicar en el Blog pues la sobredosis de fútbol no me ha dado lugar para otros intereses. Así que, aprovechando este envión futbolero, quisiera contarles esta historia de El mantram que reúne en sí misma el fútbol, la pasión, la locura y la fantasía de un eterno caminante. Las Malvinas son argentinas .  Escuchamos esa frase toda la vida, desde niños, como una oración, como un mantram y todo el peso de la historia se nos viene encima desde las invasiones inglesas para adelante. Aprendimos a odiar a los ingleses, piratas usurpadores, desde la escuela, desde los diarios, desde la leche materna.  Por eso a pesar de la represión y la opresión, el pueblo salió a vivar los sueños borrachines de un general trasnochado que imaginó una gesta emancipadora para las Malvinas, en 1982.   Muertes absurdas, Goliath contra David sin honda, la estupidez de la guerra, pero sentimos que le pegamos una patada en el tobillo, en la sue...

DOÑA MONDONGA

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  Todos sabíamos que era la madre de Aquilino porque todos los días lo traía y lo llevaba de la escuela, pero nadie sabía cuál era su nombre pues todos le decían Doña Mondonga.  Como si la fealdad fuera un insulto la habían bautizado despectivamente de ese modo y su nombre había quedado oculto tras los pliegues de su apodo. Era imposible no verla, tremenda mujerona, más grandota aún para nuestra estatura de niños, trayendo a Aquilino a la rastra como un guardapolvito agitándose en su mano. Su cuerpo flácido parecía un trompo bamboleándose paquidérmico por la vereda, los pliegues de carne colgándole en los brazos y las rodillas vencidas de soportar tanto peso; pero lo peor de todo era su cara: el pelo chuzo y pajiento, mal atado en un rodete siempre medio desvencijado, daba marco a una cara redonda, de tez oscura y semi-manchada.  Los labios asimétricos y sin forma debajo de unos indisimulables pelitos -que ya podían llamarse bigotes-, dejaban ver unos dientes despare...

EL TABLERO DE AJEDREZ

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  Son pocos los afortunados que tienen el privilegio de conocer a sus bisabuelos. Yo, cuando tenía nueve años, conocía mi bisabuela materna. Fue en Quines, provincia de San Luis, en aquellas épocas en que llegar a Quines era un safari interminable atravesando ese desierto terroso de caminos serruchados y resecos. Viajamos casi todo el día para encontrarnos a una viejita frágil de 92 años que me dio, con su presencia etérea, una conciencia de atemporalidad y pertenencia que me manifiesta como familia en este mundo. Aquel recuerdo me hizo pensar en mi familia y descubrí que, en el amor de mis padres, convergieron dos mundos completamente incompatibles en esencia, pero posibles en la práctica: el de mis abuelos paternos, italianos de pura cepa, trasplantados en la América de principios del 1900 y el de mis abuelos maternos mezcla de criollos e indios ranqueles.  Así, con mis parientes paternos (rubios de ojos celestes) y mis parientes maternos (idénticos a Ceferino Namuncurá), si...

AUTOBIOGRAFIA INCONCLUSA DE UN AUTOR ANONIMO

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  I - Ma, ¿Y ese libro qué es? - - Es el libro del abuelo - decía mi madre con un fervor reverencial.  Y el libro estaba allí, en el estante más alto de la biblioteca, forrado en papel araña azul, intrigándome hasta la obsesión.  Era demasiado gordo para mis condiciones de lector y demasiado hermético para mi entendimiento, pero, cuando tenía quince años, me decidí y comencé a leerlo. El libro se llamaba “Campo Huacho” y contaba las vivencias de un niño de principios de siglo en las tierras, alguna vez prósperas, de Conlara, al norte de la provincia de San Luis.  Con su escritura llana y sus modismos puntanos, me trasladó a un mundo que nunca había imaginado, me ayudó a amar aspectos de un abuelo al que casi no conocí, pues murió cuando yo era un niño. Su libro estaba allí.  Su infancia estaría, por siempre, entre los estantes de la biblioteca ayudándome a entender mi esencia, mis miedos y mis porqués. II Cuando estaba en sexto grado, la señorita Nelly apareció,...

Los últimos cinco minutos

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  Hace muchos años, un francés llamado Henry, que también estaba en el camino de la búsqueda de sí mismo (este camino del eterno caminante que, ahora, comenzamos a recorrer juntos) me dijo una frase que nunca pude olvidar: "No hay que preocuparse pues todo se soluciona en los últimos cinco minutos" La frase ha pasado, de boca en boca, entre mis amigos y conocidos quienes, después de muchos años, me llaman para decirme: - No sabes cómo me acordé de tus palabras. Estaba embarullado con miles de cosas que venían todas juntas, sin encontrar el camino para poder salir del embrollo y, de repente, en los últimos cinco minutos, todo se solucionó como por arte de magia...- Yo también apelo a la frase en determinadas circunstancias, aunque, si bien no hay que preocuparse, sí es necesario "ocuparse" y tratar de encontrar todas las opciones posibles y agotar esas instancias a fin de despejar el sendero y llegar a la meta deseada. No preocuparse no implica una actitud pasiva e...