LA PELOTA
Siguiendo con la fiebre futbolera que me inocula el Mundial, traigo esta historia de una pelota de fútbol, de un sueño hecho realidad, que me toca muy de cerca.
Espero que lo disfruten.
I
Lo
único que alteraba el paisaje bucólico de las siestas domingueras en Alicia,
allí donde Córdoba limita con Santa Fe, era el griterío de los pibes jugando a
la pelota en los terrenos del ferrocarril.
Las vías dividían al pueblo en dos y, también, a su gente, que competía
a la sombra de una velada rivalidad, de las que todos ignoraban su origen, pero
que producía su catarsis en esos partidos apoteóticos de los domingos a la
tarde.
Las
semanas transcurrían en el trabajo duro del campo: el arado de la tierra, el
riego, la cosecha, el pastoreo o la yerra, que consumían miles de manos de
hombres, y de niños, pues la escuela solo llegaba hasta cuarto grado y pronto
se sumaban a esa legión que luchaba contra las inclemencias, las sequías, las pestes
y los granizos para obtener, a duras penas, los frutos de la tierra.
Los
domingos, esos pibes se juntaban en los terrenos del ferrocarril para dirimir
la supremacía futbolística de su mitad del pueblo, para ser los mejores durante
una semana; y allí iban como gladiadores, como guardianes del honor, con su
pelota de trapo, descalzos o con sus alpargatas desflecadas, a tratar de hacer
su gol, a defender sus colores, a ilusionarse con sus gambetas. Allí quedaban, también, las rodillas peladas
contra las piedras y los dedos sin uñas de patear raíces semienterradas.
El
Polaquito ayudaba a su padre, en la carnicería, con las tareas más livianas,
pues era el menor de once hermanos: arreaba el ganado, preparaba los embutidos
o llevaba los pedidos, mientras se preparaba para rendir libre, en Las
Varillas, quinto y sexto grado. En los
momentos libres armaba la pelota de trapo que el domingo se consumiría,
deshilachada, entre las piedras de la canchita.
Era
un experto. Doña Angela compraba, en la
tienda del Turco, la pieza completa de tela sanforizada con la que hacía la
ropa de trabajo para el Polaquito, para su padre y sus diez hermanos, que
andaban siempre uniformados, con esa ropa triste y azul hasta que se
gastaba. El Polaquito juntaba los
retazos que sobraban de la costura de la tela y los metía dentro de una media
vieja de algodón. Los apretujaba bien,
le daba una vuelta a la media pasándola por dentro de sí misma y, luego, para
imprimirle dureza, la golpeaba contra la pared, miles, millones de veces, ajustándola
cada vez más. Cuando ya estaba bien
dura, le daba una nueva vuelta y repetía el proceso cada vez, hasta que quedaba
una pelota perfecta, redonda, confiable, que completaba, cerrando la boca de la
media, con un zurcido de hilo de colchonero.
El ya conocía a la pelota, ya era su amigo, la había visto nacer y la vería morir, deshilachándose, cada domingo, haciendo goles que luego se le repetirían en sueños durante la semana.
II
Cada
dos meses, llegaba a la casa del Polaquito su padrino. Viajante de comercio, recorría, con su Ford T
destartalado, los pueblos a los que proveía de mercaderías surtidas que traía
desde Córdoba o de San Francisco.
De
lejos se veía venir el auto, como un cometa, por esos caminos serruchados y
resecos, arrastrando una cola polvorienta.
Tocaba su bocina ridícula: un graznido destemplado pero inconfundible, y
estacionaba en el patio de la antigua casa, haciendo sofocar a los pollos que
huían al paso del monstruo mecánico.
El
padrino llegaba transpirado y con los cabellos blancos de tierra y doña Angela
le traía una palangana enlozada con agua fresca del aljibe, mientras una de las
chicas sostenía una toalla limpia. Luego
iban a la cocina donde doña Angela le servía un té, en tanto revisaba las
puntillas y los elásticos, como si fueran el tesoro de un galeón español.
El
Polaquito espiaba, semiescondido tras el marco de la puerta, esa liturgia
repetida.
-
Acérquese a saludar al padrino - le decía imperiosamente doña Angela y el
Polaquito se acercaba a pasitos cortos y desconfiados, como un cervatillo
salvaje.
El
padrino le acariciaba la cabeza y repetía unas palabras que él ya sabía de
memoria:
- Este chico cada vez está más grande...-
III
Estrenando
los once años, espiaban con el Chiche Rolotti, subidos a la copa de un árbol,
la llegada ceremoniosa del Ford T. El
Chiche, compañero inseparable de aventura, le dijo:
-
¿Por qué no le pedís a tu padrino que te traiga una número cinco? -
-
¿’Tas loco vo’? ¿Qué querés? ¿Que mi vieja me corra a los bolsazos? -
-
¿Qué tiene? - le retrucó el Chiche - ¿Acaso no es tu padrino? -
-
Si -
-
¿Y te trajo algo, alguna vez? -
-
No -
-
¿Y entonces? -
El
Polaquito no lo pensó más, se descolgó del árbol y entró decidido a la cocina.
-
Padrino, ¿Por qué no me trae una pelota, una número cinco? -
Doña
Angela le cruzó una mirada que lo fulminó, aún con su pobreza, despreciaba la
mendicidad, por eso le pagaba, religiosamente, al padrino las puntillas y
botones que traía en su cargamento.
-
¡Héctor! - le dijo - No molestes al padrino -
Él ni la miró, cuando lo llamaba Héctor era porque la mano venía de paliza. El padrino se acercó y, con una mirada
cómplice, le dijo:
- En el próximo viaje te la traigo -
IV
El
Polaquito no durmió más. No podía dejar
de pensar en su padrino y en la pelota.
Miraba todos los días el almanaque que no se apuraba; las semanas
parecían eternas y los dos meses que faltaba para que el padrino pasara
nuevamente por Alicia le parecían toda una vida.
A
fines de abril, montado en pelo sobre el manchado, arreaba el ganado desde la
represa hasta el corral, con la ayuda infaltable del Tigre y del Puchito
garroneando a las vacas, que daban saltitos asustados y apuraban el paso. El sol ya estaba poniéndose tras el maizal y
un anaranjado melancólico teñía la tarde, mientras los últimos gorriones
buscaban refugio en los árboles del camino.
En ese momento, apareció la deseada polvareda y el ronroneo lejano del
Ford T.
Se
tiró de cabeza del manchado y a los tropezones, entre los surcos de la tierra
arada, llegó hasta el borde de la casa, en el preciso instante en que el
padrino ingresaba a la cocina, acompañado por doña Angela y sus hermanas. Esperaba ver “algo” bajo el brazo del
padrino: una esfera inconfundible; pero no, traía las bolsas de siempre con las
puntillas, las hebillas y el vestido que había pedido doña Angela para su
hermana Elvira.
Se
acercó caminando despacio, temiendo lo peor.
Desde la ventana de la cocina llegaba el rumor apagado de las risas y el
tintineo de la cucharita revolviendo el té.
Semiescondido tras el marco de la puerta, como pidiendo permiso, se
quedó mirando la escena repetida del padrino mostrando sus chucherías. Hablaba
gesticulando y moviendo las manos, contando las renovadas anécdotas que el
camino le proporcionaba. En un momento
levantó la vista y vio los ojos largos del Polaquito detrás de la puerta. Lo miró fijo y le dijo:
-
Vení -
Cuando
el Polaquito arrancó con sus pasos temerosos, metió la mano en una bolsa y,
como un prestidigitador, sacó una pelota de cuero hermosísima, marrón y
lustrosa, que parecía una gema titilante en la mano del padrino. Antes de que reaccionara, se la tiró hacia
donde estaba parado, como hipnotizado, y la pelota, haciendo un pique en el
piso áspero de la cocina, con un sonido seco y subyugante, se posó en sus manos
nerviosas, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
Los
gajos geométricos, perfectamente cosidos, los tientos prolijos, el olor a
cuero. El Polaquito se durmió abrazado a
su pelota aquella noche y sus sueños fueron de goles y gambetas
espectaculares. Sus tardes se llenaron
de miles, millones, de jueguitos contra la pared del patio.
El
Polaquito es mi padre y en aquellas tardes lejanas, en las que me llevaba a la
escuela, me contó esta historia; y sé, que aquel primer rebote de su pelota en
el piso de la cocina siguió retumbando toda su vida entre los latidos de su corazón. -
Muy bueno Gerardinho !
ResponderEliminarGracias, Claudio...!!! Me alegro que te haya gustado....
EliminarGera, no dejas de sorprenderme...
ResponderEliminarGracias mil por compartirnos 🙏
Un abrazo gigante...!!!
EliminarAmigo querido que idea maravillosa ! Tienes tanto para compartir !! allí dentro tuyo habitan universos paralelos de mil formas y colores !! Gracias por compartirlo ! 🥰
ResponderEliminarGracias, mi querido.... Así es la vida del eterno caminante...!!!!
EliminarMuy buena historia. Amena y muy bien escrita. Hay oficio. Te felicito. Aprovecho para felicitarte por el triunfo hoy de Argentina contra Holanda.
ResponderEliminarMuchas gracias...!!! Y más que felicitarme por el triunfo mándame más Coramina que casi me muero del corazón!!!!
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