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Mostrando entradas de febrero, 2023

LA “POP CORN JAZZ BAND”

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  Mi madre no quería que estudiara ningún instrumento porque decía que los músicos son borrachos; con la penosa consecuencia de que ahora soy borracho y, encima, no sé nada de música.  Sin embargo, acompañé el nacimiento, el corto apogeo y al abrupto final (en aquella fatídica noche de junio del ‘79) de la única banda de Jazz que hubo en San Clemente del Tuyú: la “Pop Corn”. La banda estaba integrada por Ricardo, “el Bisagra” que tocaba el piano y era el director.  Le decíamos el Bisagra porque era dos veces grasa: siempre andaba desaliñado, la camisa salida del pantalón, la corbata mal anudada, un palillo medio masticado en la boca y los mocasines como chancletas.  Tenía frases antológicas como cuando nos contaba alguna película de guerra y decía. ... entonces, vinieron los “viennanitas” en el “licótero”, abrieron el “capor” y le echaron la “nasta” ... Como era el anunciador y no sabía una palabra de Inglés, la presentación de las piezas a interpretar era un destrab...

EL FIERRO MAS AFILADO SE MELLA DE UNA MIRADA

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  Nunca se sienta humillado ni se arrodille ante nada, pero no gaste en paradas ni se haga el lomo ladeao el fierro más afilado se mella de una mirada. José Larralde - ¡Ahí viene el Mono Peñalba! - gritó, con el aliento entrecortado, el Vasquito Telechea desde la puerta de la pulpería, y siguió corriendo para alertar de la mala nueva al resto del pueblo. Los pocos parroquianos apuraron el trago a medio tomar, dejaron sus moneditas sobre la barra y salieron apresurados chocándose en la angosta puerta de doble hoja.  Nadie quería estar presente cuando el Mono Peñalba ingresara a la pulpería de Maurizio. Italiano de nacimiento, Maurizio tenía diecisiete pálidos e indefensos años, recién cumplidos.  Atendía la pulpería desde que su padre había muerto, seis meses atrás, ahogado en la laguna de la Cañada Arregui y, a duras penas, sobrevivía con doña Carmela, su madre, en ese lugar perdido de la América llamado Las Tahonas. La pulpería era un cuartucho de paredes de barro ...

LA TÍA BEBA

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  Todos los años, cuando íbamos de vacaciones a Córdoba, mi padre nos llevaba obligatoriamente hasta La Calera para visitar a la tía Beba.  Lo contradictorio era que papá tenía otros diez hermanos desperdigados por la capital cordobesa y no a todos los veíamos, pero visitarla a ella era un rito infaltable.  No entendíamos el porqué de tanta insistencia con esa tía que nosotros, con esa maldad indiscreta que tienen los niños, la llamábamos “La tía boba”. Había una frase, su marca registrada, que repetía cada año y la pintaba de cuerpo entero:  Cuando estábamos a las risotadas con sus hijos, Carlitos que tenía diez años y Miguelito de quince, interrumpía lo que estaba haciendo para, tras la onomatopeya de una risa desabrida, recalcar con su voz aflautada y monocorde:  - Ja, ja... Se ríen los chicos... -  Nosotros no entendíamos si lo decía como un gesto de sorpresa, de complicidad o vaya a saber de qué, pero su “ja, ja... se ríen los chicos” era infaltable en...

EL MAR EGEO

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  Es uno de aquellos días lluviosos a finales de la primavera.  Todavía estamos en la “cocinita” que, en realidad, es un galponcito de techo de zinc al fondo de la casa habilitado por papá como cocina-comedor cuando llegan los días fríos, porque es más calentito.  El lugar es mínimo y apenas podemos movernos con la mesa en el medio y las cuatro sillas, pero allí pasamos las largas noches de invierno en San Clemente del Tuyú, los cuatro amontonados en el cuartucho mal calefaccionado con un Bram-Metal a querosén y los vapores de las ollas sobre la cocina económica. Cenamos un sánguche enorme de salamín y queso que papá cortó en fetas grandes y prolijas mientras mamá untaba las mitades del pan con manteca y nosotros revolvíamos el café instantáneo con entusiasmo para ver quién dejaba su pastiche más blanco y así conseguir un café con leche más espumoso. A las nueve de la noche comienza “Los cuentos de la vieja abadía”, entonces nos atragantamos con los últimos pedazos de sán...